Las argucias de los criminales para evitar ser condenados o minimizar su pena suelen basarse en ciertas enajenaciones mentales que los psicólogos forenses tienen que diagnosticar. Es por ello que las evaluaciones psicológicas adquieren una relevancia fundamental dentro del procesamiento de un delito. Si quieres conocer un ejemplo de este trabajo, continúa leyendo este interesante artículo de Douglas Starr.
Cuando alguien comete un crimen horrible es natural preguntarse si el criminal sufre alguna enfermedad mental. ¿Quién si no un loco podría hacer una cosa así? A pesar de esa primera imagen que nos creamos respecto al criminal, hay que tener en cuenta la posible “actuación” que pueda llevar a cabo después del delito, con el fin de encaminar su defensa en el juicio. En este punto nace una pregunta: ¿puede un delincuente fingir una enfermedad mental sin ser descubierto?
Los expertos han estado debatiendo esta cuestión desde la creación de la defensa por demencia en el siglo XIX. Para evitar la horca o la guillotina, los criminales de la época mostraban síntomas falsos, buscando con ello escapar de la evaluación de la entonces emergente psicología. Pronto se convirtió en un juego del gato y el ratón: los delincuentes mostraban conductas típicas de una psicopatología, mientras que los psicólogos escribían estudios sobre cómo detectar aquellas técnicas que utilizaban los criminales. La observación se convirtió en la herramienta principal para encontrar inconsistencias en los síntomas, además de mantenerse a la espera hasta que el sospechoso, cansado del juego, cometiese algún error que le delatase.
Hoy en día menos del 1% de los acusados de delitos graves utilizan una defensa basada en la locura, y de ellos, una pequeña fracción logran que tenga éxito. En Estados Unidos, por ejemplo, se usan más estas artimañas debido a que podrían llegar a servir al criminal como vía de escape de la pena de muerte. Los psicólogos forenses velan por descubrir la simulación determinando si los síntomas coinciden con los de patologías bien estudiados y si las señales siguen siendo coherentes en el tiempo.
El primer paso es hacer una revisión a fondo de la historia del sospechoso. La enfermedad mental no se desarrolla durante la noche, por lo que es importante saber si la persona ha sido hospitalizada o tratada por síntomas similares. Los investigadores también revisan el informe de la escena del crimen. Si el sospechoso ha escondido el arma, lava sus huellas digitales o toma otras medidas para eludir a la policía, lo cual podría demostrar que no existe ninguna enfermedad que lo excusase del delito.
Una de las medidas utilizadas por los psicólogos forenses son las entrevistas largas, ya que pueden agotar mentalmente al sospechoso, consiguiendo derrumbar su estrategia, olvidando los síntomas que cimentaban su declaración.
Por ejemplo, algunos sospechosos dicen oír voces en su cabeza con las que son incapaces de luchar, una representación común dramatizada de la esquizofrenia. A diferencia de lo que vemos en las películas, la mayoría de las alucinaciones auditivas son benignas, se originan fuera de la cabeza (no dentro) y rara vez provienen de los extraterrestres u otros seres no humanos. Sólo un pequeño porcentaje son «alucinaciones de comando» y menos aún de comandos de un acto violento. Por otra parte, los esquizofrénicos genuinos tienden a encontrar estrategias para ignorar esas voces o incluso convivir con ellas. Ellos aprenden que ciertas actividades, como el ejercicio, silencian las voces mientras que otras, como ver la televisión, las fomentan.
Así que si un sospechoso afirma que se siente obligado a obedecer las voces extrañas dentro de su cabeza induciéndole a matar, eleva sus opciones de simulación de la enfermedad. Un ejemplo es el de David Berkowitz, también conocido como «Hijo de Sam», que le disparó a seis personas en una orgía de asesinatos llevada a cabo durante tres años en Nueva York. Berkowitz afirmó que él estaba siguiendo las órdenes de un labrador retriever endemoniado, pero más tarde admitió que era un engaño.
Los simuladores a menudo exageran sus síntomas e ignoran, signos sutiles comunes como el embotamiento de las emociones de un paciente enfermo mental. Algunos farsantes dicen una cosa y hacen otra. Pueden fingir confusión al psiquiatra pero luego conversar fácilmente con compañeros de celda. Algunos combinan síntomas de diferentes condiciones, como las alucinaciones de la esquizofrenia y arrebatos obscenos que se encuentran en el síndrome de Tourette.
Contrariamente a la creencia popular, las personas con amnesia no pierden por completo su capacidad de recordar cosas, elemento muy utilizado por los inculpados para eximirse de culpa. Así que los psicólogos forenses realizan una prueba de memoria que es tan fácil que incluso una persona con amnesia podría pasarlo. La única manera de fracasar es si lo hace a propósito.
Las encuestas muestran que los criminales que simulan una enfermedad mental para eludir a la justicia se sitúan entre el 8% y el 17%. Aquí radica la vitalidad del trabajo del psicólogo forense, que tiene que evitar la estafa al sistema judicial.
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